CRÓNICAS IRRESOLUTAS (IX)


FUGITIVAS

Huíamos. Mi amiga Dilema y yo nos convertimos en dos fugitivas de la noche a la mañana. Después de varios días, nuestro paso era lento y arrastrado, aunque si tengo que decir la verdad, era como el primero. Como corresponde a los jiracoleones, pues ya he dicho en alguna ocasión que, al menos yo, no estoy para romper las estadísticas, en eso, debo admitir que soy un poco conservadora. O sea, que lo que quiero decir es que nuestro paso era igual de lento el primer día que empezamos a huir que ahora. Sólo para que me entiendan, que después vienen las equivocaciones y los problemas. Y no quiero más problemas, que bastante tengo ya con lo de mi concha, que por su culpa he reventado todas las estadísticas sin yo quererlo y me trae por la calle de la amargura. Tampoco queríamos levantar sospechas. No se trataba de ir huyendo como dos locas, las cosas como son. Íbamos una al lado de la otra. Como buenas amigas, con nuestras largas colas enlazadas, íbamos tranquilas y calmosas intentando pasar desapercibidas. Y fíjense que digo como buenas amigas, o sea, que quiero que quede claro ese "como". Detrás de nosotras dejábamos dos brillantes estelas de moco jiracoleonil, paralelas entre sí, que refulgían, fíjense qué palabra me acaba de salir sin que yo quisiera que saliera, a causa de los incidentes rayos de sol matutino. Eran como dos Vías Lácteas terrestres derramadas sobre la accidentada superficie del extenso páramo que se perdían, sinuosas, en la lejanía. Con uno de mis ojos observaba cómo miles de insectos se acercaban, atraídos por la baba, para mojar sus antenas dormidas y saborear nuestro jugoso néctar vertido, aplacando así su sed. Alguna que otra araña aprovechada acudía rápida a nuestro riachuelo de humores y de vida para darse un festín de gorgojos felices y escarabajillos desprevenidos. El círculo de la vida, pensaba yo. Porque, ahora que viene al caso, de vez en cuando me da por pensar, me pongo filosófica. El círculo natural de la vida que avanzaba y que se cumplía, mientras nosotras avanzábamos también por el sendero que nos alejaba del páramo donde habíamos vivido toda nuestra vida. Nuestras largas colas enlazadas evidenciaban una gran amistad, que no era tal, aunque sí que es verdad que quizás seamos tal para cual. Dejábamos el páramo que nos vio nacer y donde siempre habíamos vivido entre frondosos helechos y adormideras adormecidas. Huíamos porque yo, Irresoluta, había asesinado a dos congéneres con sendas tazas de hierba luisa envenenada. Las autoridades jiracoleoniles del páramo me estaban buscando, y por eso tuve que huir de mis dominios. Mi amiga Dilema, que no hizo nada, pero que lo sabía todo y en todo quiere estar, se empeñó en ser mi cómplice, en mi compinche, como a ella le gusta decir. Por eso me acompañaba, ávida de aventuras, uniendo su destino al mío.

-Irreeee... -empezó a hablar Dilema mirándome de reojo y tirando de mi cola.

-¿Qué pasa, Dilema? -suspiré, sabiendo que no le pasaba nada.

-Nada -me confirmó.

-Pues el que nada no se ahoga -le dije de mal humor.

-Es que... -continuó sin terminar la frase, volviéndome a tirar de la cola.

-Es que no puedes estar ni dos minutos callada, eso es lo que te pasa -me molesté.

-Sí que puedo -protestó.

-No, no puedes -insistí.

-Llevamos dos días arrastrándonos y no hemos llegado a ningún sitio -se quejó.

-¿Y qué quieres que haga? -le pregunté malhumorada, porque es verdad que yo no podía hacer nada, y sabía por experiencia que cuando mi amiga empieza a quejarse, no hay quien la aguante, y yo no estaba dispuesta a pasarle una, que bastante tenía yo con lo de mi concha y, además, seguía siendo virgen y eso sí que no.

-Estoy cansada -lloriqueó, pasándose la lengua por la cabeza y fingiendo que se enjugaba las lágrimas.

-Yo también estoy cansada y no me quejo. No podemos parar, tenemos que seguir -le dije, intentando zanjar la cuestión.

-Podríamos descansar un poco sobre esta roca -dijo ella, haciendo ademán de acercarse a una gran piedra que se encontraba al lado del camino, mientras me tiraba de la cola con la suya.

-Cuando llegue la noche, todavía es pronto -le propuse, sabiendo que tenía la batalla perdida, porque no hay en la vida nada peor que proponerle algo a mi amiga Dilema.

-¿Pronto para qué, si no tenemos nada que hacer? Sólo estamos huyendo... -contraatacó.

-¿Sólo? ¡Claro, como tú no has matado a nadie...! -me molesté.

-No exageres. No hemos dejado de arrastrarnos en dos días; ya estamos lejos, no nos van a encontrar -intentó quitar importancia a lo que yo había dicho y no hay cosa peor que alguien quite importancia a lo que yo pueda decir, aunque lo que yo diga no sea importante.

-Por si acaso -le dije-. Además, no haber venido, que nadie te lo pidió -rematé.

-Irresoluta, como sigamos a este ritmo, también me vas a matar a mí, pero de cansancio. Eres una asesina nata -me dijo, irónica, con la intención de molestarme.

-Sigue arrastrándote y cállate de una vez -fue mi intento para que mi amiga no siguiera con el tema.

-Pero... -se dispuso a decir algo que yo no estaba dispuesta a oír.

-¿No querías aventuras? ¿No estabas tan contenta por ser una fu-gi-ti-va? -le reproché.

-No, si me gusta, pero...

-Pero, ¿qué?

-Pensaba que era otra cosa...

-Pues esto es lo que hay.

-Estoy cansada y tengo miedo.

-¿Miedo, tú? No me hagas reír, Dilema.

-Sabes de sobra que soy muy sensible.

-Sí, ya...

-Ya, ¿qué?

-Vuelve, si quieres, que yo no te he pedido nunca que me acompañaras.

-¿Qué vuelva? ¿Yo sola? Ni pensarlo, querida.

-Entonces, sigue andando. Y suéltame la cola, que no tenemos que ir cogidas todo el camino. -le recriminé.

-¡Snif! -empezó a disimular, oprimiendo su cola con la mía.

-Te conozco, Dilema. No empieces... -suspiré, fastidiada.

-Snif-snif -apretó aún más con su cola.

-¡Para y suéltame la cola! -grité.

-De-sa-gra-de-ci-da -me dijo arrastrando las palabras sabiendo que esa manera de hablar me ponía nerviosa.

Mi amiga Dilema deslió su cola de la mía y continuamos serpenteando por el sendero que nos conducía hacia un futuro que, ahora que viene al caso, no teníamos muy claro. No nos hablamos durante un largo tiempo, aunque Dilema, que como muy bien sabemos, pues en alguna ocasión ya lo he dicho, no puede permanecer más de dos minutos callada, silbaba de vez en cuando para llamar mi atención, pero yo hacia oídos sordos, pues no me apetecía discutir, y prefería seguir arrastrándome y no hacerle ni caso. No iba a darle esa satisfacción. Entre la vasta vegetación, nuestros cuerpos se deslizaban poco a poco no sin cierta armonía, todo hay que decirlo, pues nuestros caparazones de caracol gigante iban de un lado a otro creando una hipnótica danza. De vez en cuando, nuestras lenguas se desenrollaban como rápidos matasuegras hacia alguna rana despistada o algún nido de arañas, nuestra comida preferida. Por supuesto, la puta de mi amiga, y digo puta porque lo es, no con doble sentido, era la que más comía, la más ávida y la que no perdía oportunidad. Aunque, si me pongo a pensar, más vale ser puta y estar bien alimentada que virgen y con la concha resquebrajada, pero no quiero pensar en eso, que bastantes problemas tengo, y no merece la pena que le tenga envidia a mi amiga, pues no la merece, aunque mi envidia fuera sana, que no lo es, a decir verdad, las cosas como son. Pues como iba diciendo, mi amiga se adelantaba y cruzaba su sucia lengua para atrapar la presa que se encontraba en mi camino y que por derecho me pertenecía. Y, vamos a ver, lo que es de una, es de una, no hay más que hablar. Yo la odiaba a muerte cada vez más, pero no le dije nada con tal de que estuviera callada y siguiera deslizándose sin rechistar. Además, en el fondo, me gustaba estar acompañada en mi huida, aunque fuera por Dilema. Siempre me queda la esperanza de que quizás no sea tan mala, y que en el fondo pudiera tener su corazoncito, como yo lo tengo y esté mal decirlo. También sabía que mi concha era delicada, por no decir que era un desastre, y que se me podía resquebrajar de nuevo o caérsele un trozo, y que mi amiga Dilema era la única que podía reparármela adecuadamente, pues aunque se le puedan reprochar muchas cosas, la maldita tiene traza, las cosas como son.

-Quiero fumar -dijo, de pronto.

-No tenemos cigarrillos, ya lo sabes -le contesté, aburrida.

-Quiero fumar -insistió.

-Tú misma te acabaste mi reserva de cigarrillos de amapola, ¿o es que ya no te acuerdas? -le hice recordar.

-Quiero fumar -alzó la voz, y no hay cosa que me moleste más que alguien alce la voz por el simple hecho de alzarla.

-Me estás dando el día, Dilema -le dije, a punto de perder los nervios, cosa que me pasa muy a menudo, o sino, que le pregunten a las difuntas Problema y Conflicto, que espero que estén ardiendo en el infierno.

-Quiero fumar -me retó mi amiga, porque ya, lo que mi amiga quería, era retarme, que la conozco mejor que nadie.

-¿Eres tonta o qué? -le dije, parándome en seco, y digo en seco por decir, porque con toda la baba que soltamos los jiracoleones, es imposible parar en seco.

-Quiero fumar -volvió a insistir mi amiga Dilema, a la espera de un par de lengüetazos que le cruzaran la cara. Y es que a veces pienso que le gusta que le pegue, porque sino, la verdad, no lo entiendo.

-¡Toma, toma y toma cigarrillos! -le pegué, porque se lo merecía, y aunque no se lo hubiera merecido, yo le hubiera pegado igual.

-... -intentó decir algo mi amiga.

-¡A callar! -la corté yo, antes de que dijera nada.

Y, contra todo pronóstico, no dijo nada, cosa que me sorprendió, y eso que una está hecha a todo. Pero como yo soy un poco así, y cuando digo así, piensen lo que quieran, porque a mí me da igual lo que los demás puedan pensar de una, le di otra oportunidad, porque en el fondo soy buena.

-Dilema... -le dije, aduladora.

-... -ni me miró.

-Dilema, venga, no seas así -insistí.

-Así, ¿cómo? -dijo sin mirarme.

-Pues así. Tenemos que llevarnos bien, o esto no sé adónde puede ir a parar -me justifiqué.

-La agresiva eres tú -se justificó ella.

-Es que me sacas de quicio, pero si quieres que te pida perdón, te lo pido -me rebajé.

-Pídemelo -me exigió, la malvada.

-Perdón, Dilema, no quise hacerte daño -mentí yo muy bien.

-Bueno, ¡te perdono! -me dijo totalmente alegre, como si no hubiera pasado nada, y siguió caminando, satisfecha por lo que ella creía que había sido un triunfo, pero la verdad es que los lengüetazos que le di en la cara, con su pan se los coma.

El caso es que todo esto que he contado hasta ahora era con el fin de algo que ahora no me acuerdo, pero escrito está por si sirve de algo, y si no sirve para nada, por lo menos que quede escrito, que nunca se sabe o por si acaso. Y para quien pudiera interesarse por el destino de mi amiga Dilema y el mío, reproduciré la última conversación que tuve con ella, antes de que se fuera a descansar sobre la roca en la que ahora duerme. Porque nuestro destino es tan incierto como el que yo deje de ser virgen, la verdad sea dicha. Estábamos sobre una colina y caía la noche. Debajo de nosotras, miles de lucecitas se ofrecían a nuestros ojos cansados:

-¿Qué es eso?

-No sé, parecen luciérnagas.

-Pues vamos, que me muero de hambre.

-No, espera...

-¿Qué?

-No son luciérnagas, Dilema. Las luces no se mueven.

-Qué raro.

-Sí

-¿Qué hacemos?

-No sé.

-Estoy pensando que...

-Yo también

-Irresoluta, ¿tú crees?

-Creo que sí.

-¡Pues vamos!

-Estamos cansadas. Deberíamos dormir y bajar mañana.

-¡Jiracoleón City! ¡Qué emoción! ¡Estamos salvadas!

-Todavía seguimos siendo fugitivas.

-Sí, pero nadie nos encontrará en la ciudad.

-Nunca se sabe. Además...

-Irresoluta, no seas negativa.

-Soy realista.

-Realista y negativa, además de virgen.

-No me insultes.

-Yo también soy realista.

-Es que no sé si estamos preparadas para vivir en la ciudad. Nosotras siempre hemos sido de campo.

-¿Me estás llamando campesina?

-No, Dilema, tú siempre has sido una jiracoleona de mundo.

-¡Huy!

-¿Qué?

-Se te ha caído un trozo de concha.

-Vaya.

-Bueno, mañana te la arreglo, que ahora estoy cansada.

-Dilema...

-¿Qué?

-No sé que haría sin ti.

-Yo tampoco.

-¿Amigas?

-Siempre.

-¿Dilema?

-Queeee

-¿Te gusta que te pegue?

-...

-Responde.

-Sí, me gusta.

-Bueno, buenas noches.

-Buenas noches, ¿tú no duermes?

-Después, ahora voy a escribir en mi diario.

-Asesina y escritora, quien me lo iba a decir... Hasta mañana.

-Hasta mañana, compinche.

(continuará...)

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