CRÓNICAS IRRESOLUTAS (VII)


VII. DILEMA, OTRO PUNTO DE VISTA

Cuando me enteré de que mi amiga Irresoluta desapareció, me vine a vivir a sus dominios. No sé qué fue de ella, y no es que no me importe, pero la verdad es que ella se fue sin decir adiós. Ni siquiera vino para despedirse de mí, que era su mejor amiga. La de horas que he pasado frotándole la concha con miel... No se lo reprocho, porque últimamente sufrió mucho por lo de su coraza de caracol, que no acababa de hacérsele añicos. No llegó a hacérsele cisco, dicho de otra manera, y ahora que viene al caso, tengo decir que, la pobre, rompió todas las estadísticas, aunque ella nunca quisiera reconocerlo. Sólo espero que lo que ahora escribo en mi agenda electrónica, sirva para esclarecer ciertos puntos oscuros del misterio que supuso la desaparición, que no muerte, de mi amiga. Ya he dicho antes que destrozó todos los esquemas que actualmente conocemos...
Lo primero que vi cuando me instalé en los dominios de Irresoluta fue su agenda olvidada, inconscientemente supongo, sobre uno de los pocos helechos que mi amiga Irresoluta mantenía vivos; y debo confesar que la leí, no sin antes pensarlo detenidamente, porque a mí no me hubiese gustado que alguien ajeno husmeara en mis diarios, aunque no tenga nada que ocultar. Lo que escribe acerca de mí, es totalmente falso. Yo, Dilema de la Confusión Absoluta, afirmo que nunca quise ningún mal para mi amiga. No entro ni salgo en lo que dice de los demás (aunque confieso que estoy bastante de acuerdo con la opinión que tiene hacia los otros), pero mi imagen queda distorsionada por la locura de mi amiga Irresoluta, porque, ahora me atrevo a decirlo, debido a que no encontraba a ningún jiracoleón con el cual acoplarse, a mi amiga Irresoluta se le fue envenenando la cabeza. Tanto tiempo estando receptiva sin llegar a conocer siquiera un orgasmo biológico con alguno de su especie (yo ya no entro en si se masturbaba o no, que seguro que sí, pero cada cual hace lo que quiere con su cuerpo), hizo que el juicio natural y sensato que poseemos todos los jiracoleones huyera de la pobre Irresoluta...
Todavía recuerdo, como si fuera ayer, la última vez que vi a mi amiga y lo que hablé con ella. Fui a visitarla como de costumbre...
-¡Irresolutaaaaa, hoooolaaaa! ¿Estás visible? -le grité, jovial, entre las adormideras en la entrada de sus dominios.
-Pasa, Dilema, pasa. Cuidado con los helechos -me contestó desde la roca en donde normalmente yo me sentaba cuando iba a visitarla.
-¿Qué pasa con los helechos? -le pregunté sin saber a lo que se refería.
-Pues eso: cuidado con los helechos -me repitió, dando por sentado lo que todavía escapaba a mi entendimiento.
-¿Por qué? -insistí, pues no iba a quedarme sin saber la relación entre los helechos y yo.
-Por que cada vez que vienes me destrozas dos o tres -me contestó bruscamente.
-¿Quieres decir? -pregunté ofendida, recostándome, sin darme cuenta, sobre el helecho más grande.
Mi amiga Irresoluta se quedó callada. Se le notaba de mal humor, porque enrollaba y desenrollaba su cola lenta y mecánicamente.
-¿Y cómo está tu concha? -reanudé el diálogo animada, como quien no quiere la cosa, perdonándole su actitud hacia mí, desenroscando mi larga lengua camaleónica.
-¿Cómo quieres que esté? -me respondió todavía de mal humor.
-¡Ay, Irresoluta, cada día estás más imposible! -grité, mientras encendía un cigarrillo de amapola.
-Estoy como siempre: virgen y con la concha a punto de estallar -me dijo entre el humo violeta que misteriosamente la rodeaba, pues creo recordar que yo no lo dirigí hacia ella.
-No seas negativa -intenté animarla.
-¿Negativa? -tosió.
-Es que no se te puede tratar -le reproché rezongando sobre el helecho.
-Ya... -dijo sarcástica.
-¡Y mira que lo intento, Irresoluta, mira que lo intento! -seguí refunfuñando.
-Deberías intentar tener más cuidado con mis helechos, por ejemplo -dijo furiosa mirándome a los ojos.
-¡Huy, cariño, no me había dado cuenta! -dije con falsa pena, todo hay que reconocerlo, mientras me incorporaba, apresurada, del helecho en el cual estaba cómodamente apoyada sin darme cuenta.
-Demasiado tarde -me dijo ella, mirando al helecho aplastado.
-Lo siento, Irresoluta, no me he dado cuenta -me disculpé, sin sentirlo, pero fingiendo.
-Sí, nunca te das cuenta -suspiró, porque ahora que viene al caso, los jiracoleones también suspiramos.
-Venga, no seas así -le dije cariñosamente para intentar calmarla, mientras intentaba acariciarle la cabeza con la punta de la cola.
-¡Vale, vale! -dijo ella, incorporándose de la roca para esquivar mi caricia.
-¿Sabes algo de Conflicto y Problema? -le pregunté cambiando de tema, mientras aprovechaba el momento y me sentaba en la roca en donde había estado recostada mi amiga-. Desde que llegaron al páramo no he tenido la oportunidad de saludarlas. Creo que eran muy simpáticas...
Irresoluta no me contestó, y yo, que no soy tonta, noté que algo turbio se cocía, porque mi amiga no quería hablar, haciéndose la sorda y fingiendo reparar al helecho destruido, sin querer, por mí.
-¿Qué no me oyes? -insistí.
-No eran simpáticas -comentó sin mirarme.
-¿Cómo que no? -le pregunté interesándome por el tema.
-Vinieron a visitarme... -empezó a soltar con voz vacilante.
-¿Y? -intentaba yo sonsacarle.
-Pues eso -se limitó a decir.
-¿Por eso no son simpáticas, porque vinieron a visitarte? -le pregunté, un poco ofendida por la demostrada falta de confianza que mi amiga Irresoluta tenía de mí.
-Vinieron para reírse... Vinieron para reírse de mí -me dijo muy triste-. Para ver mi concha... -siguió, más triste todavía-. Querían saber quien era la que había roto todas las estadísticas -me contó casi sin voz.
-¡No me lo puedo creer! -me apiadé de ella.
-Créetelo, Dilema -lloraba.
-¡Santa jiracoleona de la Ciénaga! ¿Y qué hiciste? -le pregunté ansiosa, ya sin piedad, sino con ganas lo que pasó.
-Las invité a una taza de hierba luisa... -moqueó mi amiga Irresoluta.
-¿Cómo? Encima que vienen a reírse de ti, ¿tú vas y las invitas a una taza de hierba luisa? -la corté, contrariada.
-A una taza de hierba luisa... -me dijo misteriosamente bajando la voz, y estirando su cuello de jirafa hacia mí.
-¿Qué, qué? -le preguntaba yo totalmente nerviosa, girando los ojos a todas partes, pues me estaba sacando de quicio con tanto misterio.
-Una taza de hierba luisa... envenenada -terminó de decirme.
-¿Qué? -pregunté, por preguntar, porque había oído perfectamente lo que había dicho mi amiga, pero no se me ocurrió otra cosa que decir.
-En-ve-ne-na-da -me contestó acercándose todavía más a mí, hasta que su lengua rozó la mía.
-¡Irresoluta de la Vacilación Indeterminada: una asesina! -dije, sofocada, y retirando mi cabeza de la de mi amiga encogiendo mi cuello hasta que casi desapareció dentro de mi concha helicoidal de caracol gigante.
-Se lo merecían -continuó ella hablando mucho más serena, y diría yo, convencida de su inocencia.
-¡Una a-se-si-na! -continuaba yo gritando, agitada.
-¡No grites, que se va a enterar todo el páramo! -me gritó, al tiempo que me daba un lengüetazo en la cara.
-¡Tengo una amiga asesina! ¡Santa jiracoleona: a-se-si-na! -continuaba yo, totalmente enajenada.
-Por eso mismo, debes de tener cuidado conmigo, no vaya a ser que... -me amenazó convincentemente, todo hay que decirlo.
Yo, por si acaso, me quedé muda. Sin rechistar. Pero, si en algo tengo que defender a mi amiga Irresoluta, es que cuando ella escribió que yo no podía permanecer más de dos minutos callada, era verdad.
-A-se-si-na... -se me escapó
-Dilema, para ya de una vez -me dijo desenroscando la cola.
-¡Qué subidón! -seguí yo, sin poder estar callada.
-¿Cómo? -se extrañó mi amiga.
-¡Que qué subidón: una amiga a-se-si-na, quién me lo iba a decir! -dije, perdiéndole el miedo.
-Deja de arrastrar las palabras, que me pones nerviosa.
-¿Y cómo crees que estoy yo, sabiendo lo que eres?
-¿Qué soy según tú?
-Una a-se-si-na.
-Ya te he dicho que se lo merecían -se justificó.
-Sí, pero eso no quita que seas una a-se-si-na -le dije, otra vez.
-¡Dilema: como vuelvas a decir ésa palabra, te vas a enterar!
-Ho-mi-ci-da -dije, sin pensar.
-¡Dilema!
-Criminal, parricida, ver-du-ga -me salían las palabras mecánicamente, como si me vinieran a la boca sin pasar por la mente.
-¡Dilema, para ya!
-¡Ay, Irresoluta, qué emoción!
-No sé dónde ves la emoción.
-Me encanta tener una amiga asesina ¿Dónde están los cuerpos?
-Estás enferma
-Vale, sí, pero, ¿dónde están los cuerpos?
-¡Cálmate, Dilema, estás muy nerviosa!
-¿Escondidos en una cueva, enterrados por aquí, bajo tierra? -insistía yo, pero no para torturarla, ni por maldad, sino para compartir con ella su angustia, aunque, ahora que lo pienso, no se le veía muy angustiada.
-No te lo voy a decir hasta que no te calmes
-¿Qué les diste? ¿Láudano, algún alcaloide que no conozco, algo brillante que escape a mi imaginación?
-¿Por qué no te vas y te lo cuento otro día?
-Cuéntame ahora, mi querida amiga asesina, que sino no duermo esta noche. Que yo, lo que quiero, es ayudarte, no vayas a pensar...
-Si quieres, te lo cuento mientras me frotas la concha con miel.
-Hoy no he traído miel para frotarte la concha.
-¡Que pena!
-¿Por qué no salimos a pasear por el lodazal y me lo explicas todo?
-No me apetece salir.
-Venga, no seas tonta.
-Que no
-Hace un día precioso. Está lloviendo, y el agua le hará muy bien a tu concha.
-No, ve tú, que yo me quedo.
-La verdad es que tienes la concha fatal -dije mirándole el carey.
-No hace falta que me lo recuerdes, ya lo sé
-Bueno, pues me voy
-Dilema...
-¿Qué?
-No se lo digas a nadie
-¿El qué?
-Lo de Conflicto y Problema.
-Claro, ¿por quién me has tomado?
-Te conozco
-Soy tu amiga -le reproché-, a-se-si-na -dije después, muy bajito, mientras salía de sus dominios.
-¿Qué has dicho? -me preguntó.
-Nada, hasta mañana, mi amor -le contesté-. A-se-si-na -volví a decir un poco más alto, aunque más lejos, ante la duda de que no me hubiera oído la vez anterior.

Bajo la lámpara de luciérnagas he escrito mi última conversación con mi amiga Irresoluta, para que las cosas queden claras. Sólo espero que ayude un poco, aunque sea, a las autoridades jiracoleoniles del páramo, que no paran de preguntarme por el paradero de mi antigua amiga Irresoluta. Fugitiva, según ellos, desde hace tres semanas... El caso es que tengo los restos de la concha de mi amiga escondidos en una cueva, porque parece que al final se le cayó la coraza. No se le hizo añicos, rompiendo todas las estadísticas, pero se le cayó... Quizás por eso huyó, no sé, nadie sabe. Yo, por si acaso no les digo nada a las autoridades, que aún siendo buena, se te puede dar la vuelta la tortilla...
Debo decir que me gustaba tener una amiga asesina, porque le daba cierto sentido de riesgo a mi vida. Yo era su compinche, su cómplice. Pero lo bueno es que ahora soy amiga de una fugitiva, que si lo piensan, es más interesante, porque le da un aire de aventura a mi existencia. Además, la palabra fugitiva tiene tanto encanto: fu-gi-ti-va. ¿No creen?

(continuará...)

No hay comentarios: