CRÓNICAS IRRESOLUTAS (VIII)


IRRESOLUTA TOMA LAS RIENDAS DE NUEVO

Vuelvo a tomar esta historia que parece que no tuviera fin, pero si hay alguien que tenga que decir la última palabra, ésa soy yo, que soy la protagonista... Y no es que tenga afán de hacerme notar, pero cada uno a lo suyo y cada cual en su sitio, que desde que se me resquebrajó la concha, no paso ni una. ¿No dicen que el asesino siempre vuelve al lugar del crimen? Pues bien, para no romper esta estadística, pues ya he dicho en más de una ocasión que no nací para eso, yo, Irresoluta de la Vacilación Indeterminada, volví a mis dominios, al lugar del crimen... Lo que no esperaba era ver a mi amiga Dilema ocupando, como si tal cosa, los territorios que poco atrás habían sido de mi propiedad. Después de haber estado varios días arrastrándome de un lodazal a otro, por ciénagas infestas de sanguijuelas que se adherían a mi desprotegido cuerpo sin concha. Después de haber estado llorando día y noche sobre barrizales desconocidos, entre oscuros y misteriosos pantanos, bajo la perenne lluvia que reblandecía aún más mi dorso indefenso... La tristeza soldada en mi ánimo; la locura como una alimaña insoportable; el no saber qué hacer, ni por dónde tirar... Pues bueno, después de todo eso, pobrecita de mí, cuando me decido a volver al lugar del crimen, para no romper las estadísticas, vuelvo, y me encuentro, contra todo pronóstico, a mi amiga Dilema recostada plácidamente sobre mi roca preferida, fumando, como si tal cosa, mi reserva de cigarrillos de amapola, cargando mis dominios con el humo violeta que expulsaba en grandes bocanadas y que se mezclaba con mi rabia... Me quedé traspuesta. No me lo podía creer. Me arrastré sigilosamente hacia ella, sin que me viera.

-¡¿Qué estás haciendo aquí?! –grité a sus espaldas, dándole un gran lengüetazo en la cabeza.

-¡Irresoluta! –se incorporó todo lo velozmente que puede un jiracoleón-. ¿Qué haces, tú, aquí? –me preguntó incrédula, apagando el cigarrillo sobre el que creo que era el único helecho vivo que quedaba.

-¡Eso te pregunto yo a ti, que me veo forzada a huir de mis dominios, y tú no pierdes el tiempo, quedándotelos!

-Deja que te explique, Irresoluta...

-¿Qué me vas a explicar? ¡Que ya te conozco, Dilema, que ya sé cómo eres!

-Me vine aquí, para cuidar tus dominios...

-Sí, ya veo que no has dejado ni un helecho vivo, veo que los has cuidado muy bien.

-¡Qué fijación que tienes con los helechos, hija mía! -dijo, intentando calmarme.

-¡Tú lo que eres, es una usurpadora! ¡Una invasora! -le grité, fuera de mí.

-¡Ay, Irresoluta, cálmate! Invasora puede que sí, pero usurpadora no, que no me gusta esa palabra -me dijo, liando y desliando su larga lengua.

-Irrumpes en mi territorio y te instalas en él, como las sanguijuelas que llevo en mi lomo -le reprochaba, pensando que a mi amiga no se le podía negar cierta gracia.

-¡Uy, es verdad, tienes el espinazo lleno de lombrices! –me dijo, mientras cogía uno de los gusanos y se lo comía.

-No pierdes oportunidad -me quejé, sintiéndome aliviada por tener a un parásito menos sobre mi cuerpo lastimado.

-¡Están riquísimas! ¿Quieres una? -me preguntó, animada.

-Estoy harta de comer sanguijuelas. No he hecho otra cosa desde que me fui -refunfuñé.

-Pues yo aprovecho y sigo, eh... ¿no te importa, no? -me dijo, alentada por el banquete que veían sus ojos desorbitados por la gula.

-No, no me importa. Así, quedo desparasitada, que tú no sabes lo que es que te estén chupando la sangre las veinticuatro horas –le dije con doble intención.

-Me lo imagino, querida, me lo imagino –me contestó, sin parar de comer y sin darse cuenta de que me refería a ella.

A medida que mi amiga Dilema se iba comiendo todas las sanguijuelas, mi mal humor iba desapareciendo. Pensé, como tantas veces lo había hecho ya, que mi amiga Dilema quizás no fuera tan mala, pues, en realidad, me estaba dejando limpia de parásitos, y eso es algo que tenía que agradecerle... Poco a poco iba calmándome, mientras sentía el roce de la ávida lengua de mi amiga sobre mi piel desprotegida y preguntándome si no había algo sexual en ello.

-¡Uy, mira, una garrapata! ¿La quieres? -me preguntó, con la intención de no dármela.

-No, cómetela tú; si encuentras otra, me la das -le dije, sabiendo que si encontraba otra, no me la iba a dar.

-Están tan ricas, ¡son como caramelos!

-¿Caramelos?

-Sí, caramelos rellenos.

-Qué loca que estás, Dilema.

-Y las sanguijuelas son como las gominolas.

-Ya lo digo yo, loca del todo -me resistí a reír.

-Es que, sino, la vida sería tan aburrida.

-Quizás tengas razón.

-Yo nunca me equivoco.

-Si tú lo dices...

-Claro, además, tengo una sorpresa para ti -me dijo, contenta, desenroscando la cola.

-¿Ah, sí? -me interesé.

-Sí -afirmó, pero sin decirme de qué se trataba.

-¿Y? Dímela -me interesé de nuevo, sin mostrarme ansiosa por saber.

-Todavía no, que antes me tienes que contar muchas cosas –dijo en el momento en que atrapaba un gran escarabajo pelotero.

-No me apetece hablar –le contesté, pensando en cómo podía estar tan guapa, mi amiga, con todo lo que comía.

-Venga –dijo zalamera, ofreciéndome con la lengua el escarabajo que acababa de atrapar.

-Que no, que ahora no –insistí, haciéndome de rogar, mientras aceptaba el coleóptero con desgana.

-¿Sigues siendo virgen, todavía? -me preguntó de golpe, seguro que molesta por haber aceptado el escarabajo.

-¿Eso es lo que quieres saber, si sigo siendo virgen? -me molesté.

-Bueno, entre otras cosas... -comentó, intentando entornar los ojos, pero no pudo, porque los jiracoleones no podemos entornar los ojos.

-Ya te he dicho que no quiero hablar ahora. Estoy muy cansada, y no es el momento -zanjé.

-¡A mi amiga, la fugitiva, no le apetece hablar! –chilló-. ¡Después de todos estos días en los que no he sabido nada de ti, ahora vuelves, y no te apetece hablar! –gritaba, rotando los ojos en todas direcciones-. ¡Yo, que estaba tan contenta de ser la amiga de una fugitiva, y me vienes con el cuento de que no quieres hablar! –continuaba declamando, inexplicablemente fuera de sí-. ¡Con la de cosas interesantes que te habrán pasado, y no me las quieres contar, a mí –se golpeó el pecho con la cola-, a tu amiga Dilema, que siempre a querido lo mejor para ti, a mí –volvió a sacudirse el tórax-, tu cóm-pli-ce, tu com-pin-che, a la en-cu-bri-do-ra del a-se-si-na-to, a la im-pli-ca-da en esta negra historia, a la par-tí-ci-pe de este caso: el caso de la jiracoleona virgen y sin concha que a-se-si-na a quien se pone en su camino, a la co-au-to-ra...!

-De coautora nada, que yo fui la única que envenenó a Problema Y Conflicto –la corté, indignada-. Además, deja de arrastrar las palabras, que me pones nerviosa.

-Siempre haciéndote notar...

-¿Qué?

-Ese afán de protagonismo...

-¿Qué estás diciendo?

-He hecho tanto por ti, y me lo agradeces tan poco...

-Las cosas se hacen sin pedir nada a cambio.

-Tanto, he hecho tanto por ti...

-¡Vamos, Dilema, no te me hagas, que ya nos conocemos!

-Eres una de-sa-gra-de-ci-da.

-Yo nunca te pedí que hicieras nada por mí, ni que me ayudaras.

-Una e-go-ís-ta.

-No empieces, Dilema.

-Una in-gra-ta.

-Dilema, no arrastres las palabras, que sabes que no me gusta.

-Una de-sa-pe-ga-da.

-Para de una vez. No sigas hablando así.

-Tan des-pren-di-da.

-¡Toma! –le di un lengüetazo en la cara.

-¡Ay! –se quejó.

-¡Y toma! –volví a darle más fuerte todavía.

-¡Ay! ¡Y encima, violenta! –empezó a fingir que lloraba.

Como siempre, mi amiga Dilema tuvo que decir la última palabra. Nos quedamos las dos calladas, llenas de rabia. Ella enroscaba y desenroscaba la cola una y otra vez, sin mirarme, aguantándose las ganas de seguir discutiendo, mientras que yo, empezaba a arrepentirme por haberle dado tan fuerte. Pero claro, ya sabéis que mi amiga no puede permanecer callada mucho tiempo.

-¡Sniff! –suspiró, mirándome de reojo, y enjugándose con la cola las falsas lágrimas.

Para no darle el gusto, permanecí callada, sin prestar la menor atención a los falsos sollozos de mi amiga Dilema.

-¡Sniff, sniff! –volvió a fingir acercándose a mí.

-Venga, Dilema, no sigas fingiendo.

-No finjo –moqueó.

-No quería darte tan fuerte –mentí.

-Perdóname, Irresoluta, que a veces no sé lo que digo –mintió ella.

-Perdóname tú a mí –me vi obligada a decir, para quedar bien.

-Bueno, ¡pues te perdono! –dijo ella, muy alegre, sin rastro de pesadumbre, y sintiéndose vencedora de la discusión-. Además, alguna vez que otra, todas nos ponemos violentas, y más tú, que eres una a-se-si-na y, encima, virgen.

Si no conociera a mi amiga Dilema, diría que no es muy inteligente, que de verdad dice las cosas sin pensar y sin maldad; pero la conozco. Sé que todas y cada una de sus palabras son estudiadas con precisión, que las dice con una determinada y calculada intención envenenada. Por eso la perdono, porque sé por dónde va, y aunque ella no se dé cuenta, la controlo. Sólo hay una cosa que le envidio: ella no es virgen y yo sí, y eso me da mucha rabia, mucha.

-Irresoluta, te has quedado callada.

-¿Qué quieres que te diga?

-¡Mira, tengo un plan!

-¿Un plan?

-Sí, en estos días he estado pensando.

-Seguro que has pensado algo bueno –dije sarcástica.

-No seas cítrica –me reprochó-. Verás: cuando desapareciste de tus dominios y yo me hice con ellos...

-Sí, ya... –la corté entre bostezos, demostrándole una total falta de interés.

-Calla y escúchame –siguió ella, agitada-. Bueno, pues cuando te fuiste y yo me vine aquí, después de leer tu agenda olvidada, que por cierto, lo que dices de mí no me gusta mucho, lo primero que hice fue recoger tu concha resquebrajada que dejaste tirada en el suelo, y la guardé en la cueva de al lado –me dijo muy alegre, esperando ver mi reacción.

-¿Qué? ¿La guardaste? –le pregunté, ahora sí, más interesada.

-Sí, ¿qué te parece? Sabía que volverías, porque todo a-se-si-no vuelve al lugar del crimen. Yo sólo me he limitado a esperar.

-No sé. ¿No hay algo necrófilo en todo esto?

-No seas tonta, necrófilo sería si estuvieses muerta, pero ya sabes que se te cayó la concha, y tu seguiste vivita y coleando, rompiendo todas las estadísticas.

-Pues sigue dándome repelús eso de que tengas guardado mi carey, qué quieres que te diga.

-Es que he pensado una cosa...

-¿Sí...?

-¡Te la voy a pegar con resina!

-¡Ah! -acerté a decir.

-¿No te parece una idea genial?

-Pues..., no sé -dije, porque realmente no sabía.

-¡No se hable más, te la pego y punto! ¿Qué podemos perder?

-Tú, no sé... Yo, ¿la dignidad?

-No digas tonterías, ¿cuándo has tenido tú dignidad?

Y Dilema se fue a buscar mi concha sin dejarme oportunidad a réplica. Esperé, de mal humor, a que mi amiga volviera para decirle unas palabras, pero tras los cuatro o cinco minutos que tardó en volver, y porque, aunque a veces tenga mi genio, soy pobre de espíritu, desistí de ello.

-¿Lo ves? -dijo, levantando con la cola, la bolsa que contenía mi concha- ¡Y lo mejor de todo, es que no está hecha a-ñi-cos, sino sólo resquebrajada! No será tan difícil recomponerte...

-¿Tú crees? -dije, incrédula.

-Claro. Venga, Irresoluta, date la vuelta, que voy a empezar -dijo, mientras cogía un poco de resina del árbol cercano.

Yo me di la vuelta y la dejé hacer. Me puse en sus manos, como tantas veces había hecho ya...

-Te voy a dejar una concha divina -me decía, mientras me ponía el primer trozo de nácar con su larga cola-. Y ahora éste..., ¡ay, no, que éste no cuadra! A ver..., ¡éste, sí, como anillo al dedo! -se divertía.

-No sé por qué utilizas esa expresión, si los jiracoleones no tenemos dedos -le dije yo, por el simple hecho de fastidiarla, y porque es verdad que no tenemos.

-¡A callar, y no te muevas! -me dijo ella, totalmente inmersa en su trabajo-. ¡Ni una palabra, Irresoluta, que te estoy recomponiendo la concha como mejor puedo! -siguió adosándome trozos de coraza sobre la espalda, y no sé por qué digo espalda, por que los jiracoleones no tenemos exactamente espalda, sino espinazo, dorso, o envés, que viene a ser más o menos lo mismo.

Durante cuatro o cinco horas, mi amiga Dilema estuvo recomponiéndome la coraza, trozo a trozo, mientras que cada vez que me ponía uno, sentía un gran placer, no sé si por el roce de su lengua o por el contacto de la resina, o vete a saber si era por las caricias de su cola al presionar los trozos sobre mí, haciendo que mi contenido flujo jiracoleonil se derramara, sin quererlo yo, en pequeñas cantidades incontenibles y deleitantes; y haciéndome pensar, otra vez, si no había algo sexual en todo ello...

-¡Ya está! -dijo mi amiga, triunfante, cuando terminó. ¡Ha quedado perfecta!

-¿De verdad? -pregunté, no sin cierto temor, porque no sabía muy bien qué era perfecto para Dilema.

-Mírate en el charco -me dijo, señalándome con la lengua hacia la pocita en donde yo había tenido mi reserva de batracios.

-Por lo que veo, te has comido todas mis ranas -le regañé, al mismo tiempo que ladeaba mi cuerpo para verme reflejada en la charca.

-Una tiene que comer -se disculpó, sin sentirlo-. ¿Qué te parece mi obra de arte? -me preguntó, ansiosa.

-¡Psé! -le contesté, sin querer reconocer que, realmente, mi amiga Dilema, cuando quiere hacer algo bien, lo hace; las cosas como son.

-¿Psé? ¿No te parece..., cómo diría yo...?

-¿Gaudiana? -la corté, sabiendo que ella no tenía ni idea de lo que quería decir aquella palabra.

-Sí, me ha quedado muy gaudiana -dijo satisfecha, haciendo como que sí que sabía lo que quería decir aquella palabra, aunque una nunca sabe, quizás sí que lo sabía... En eso estuve pensando, entre sueños, toda aquella noche...

A la mañana siguiente, mi amiga Dilema me despertó al alba, con un golpe de cola.

-¡Despierta, Irresoluta, despierta! Nos vamos ahora mismo de este páramo! Aquí no tenemos nada que hacer. He pensado que tú y yo, huyamos lejos, como dos fugitivas, ¿no te parece emocionante? ¡Fu-gi-ti-vas! Correremos muchas aventuras, muchas. Seremos dos a-ven-tu-re-ras.

Yo, todavía medio dormida, entrelacé mi cola con la de ella, y nos fuimos arrastrando hacia las afueras de la ciénaga, dejándome llevar por mi amiga, que no paraba de hablar, y volteando la cabeza hacia atrás, para observar los dos relucientes y paralelos senderos de baba jiracoleonil que íbamos dejando a nuestro paso arrastrado.

-¡Ay, Irresoluta, qué de aventuras correremos, qué emoción! ¡La asesina y su cómplice! Por cierto, me tienes que contar dónde escondiste los cuerpos de las hermanas Incertidumbre...

(continuará...)

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