CRÓNICAS IRRESOLUTAS (XII)


IL VIAGGIO

Mi amiga y yo nos dispusimos a bajar a la ciudad. Cuando estuvimos en la cumbre de la montaña, enroscamos nuestras colas y nuestros cuellos y, embutidas en nuestra concha helicoidal de caracol gigante, nos preparamos para rodar por la ladera hasta llegar a la ciudad.

-¿Preparada?

-Sí.

-¿Lista?

-Sí.

-¡Ya!

Nos lanzamos ladera abajo rodando cada vez más rápido, que aunque no haya estudiado física, es lo normal, debido a la aceleración en una unidad de tiempo, o algo así, no estoy muy segura. Y rodando y rodando, la verdad es que llegamos abajo en un santiamén. Mareadas, eso sí, pero también es normal después de tanta vuelta.

-¡Cloc! -fue el sonido que hizo Dilema cuando su concha se golpeó al llegar abajo.

-¡Crac! -fue el mío.

Yo me quedé traspuesta por no sé cuanto tiempo, tendida en el suelo, mientras mi amiga Dilema gritaba sin parar.

-¡Irresoluta, dime algo! -intentaba reanimarme mi amiga, dándome lengüetazos en la cara, mientras que yo, conmocionada como estaba, sólo pensaba: ¿crac? ¿Por qué mi concha no ha hecho cloc, como la de Dilema? Por supuesto, me temía lo peor...

-¡Irresoluta, no te mueras, por Dios te lo pido, aunque sea atea, pero no me dejes aquí sola! ¿Qué voy a hacer yo sola en la ciudad? No me hagas esto, después de todo lo que yo he hecho por ti. ¡Tanto que te he ayudado! ¡Tanto que tienes que agradecerme! ¡No te mueras ahora, desagradecida! -seguía mi amiga dándome lengüetazos y zarandeándome con la cola para intentar no sé muy bien qué, porque de seguir así, la que me iba a matar de verdad era ella con tanto meneo.

-Dilema... -conseguí decir.

-¡Ah! ¿No estás muerta? -se sorprendió.

-No. Anda, ayúdame a levantarme, que estoy hecha polvo -le rogué, sin atreverme todavía a mirar mi concha, más que nada porque soy una miedica, lo reconozco.

-Hecha polvo está tu concha -me sacó de la duda, mi amiga.

-¿Mucho? -pregunté, temerosa.

-A-ñi-cos -respondió mi amiga, convincentemente.

-¿Añicos?

-Hecha cisco, hija mía. Está inservible.

Nada más ver mi concha desperdigada por el suelo, y efectivamente, hecha añicos e inservible, me desmayé por la impresión, pues imagínense lo que es verse una de esa manera, y si no se lo pueden imaginar, figúrenselo. Porque una cosa es tener la concha resquebrajada, y otra bien distinta es tenerla hecha cisco, créanme.

(continuará...)

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