A los siete días, Elea ya no era la misma. Si le soltaba la mano volaba confundiéndose con el vuelo de los misiles scout de los enemigos. Cada vez era peor y yo no sabía qué hacer para retenerla. Muchas noches salía descalza y gritaba que quería volar, que los pies le quemaban. Efectivamente, los pies de Elea ardían y como el Wendigo se elevaba en el aire con sus pies de fuego bajo la noche iluminada por las explosiones. A cada detonación su cuerpo se evidenciaba en el aire, como una diva crepuscular de pies encendidos, mientras yo lloraba amargamente.
SENSO / 11
Un día Elea comenzó a caminar como lo hacen los flamencos y al poco tiempo empezó a levitar. Se agarraba fuertemente de mi brazo y el peso de mi cuerpo la retenía en tierra firme, como un ancla.
SENSO / 10
Tobías abrió la felicitación de cumpleaños y nuestras vidas empezaron a quebrarse. Fue el principio del fin: Elea empezó a evadirse tras la muerte de nuestro querido hijo.
SENSO / 9
-Me parece rarísimo.
-¿El qué?
-Cómo mueven las manos.
-¿Cómo las mueven?
-Como si hiciesen madejas en el aire.
-Imaginaciones tuyas.
-No, fíjate bien.
SENSO / 8
Tenía la esperanza de enderezar nuestras vidas. ¿Hubiera sido posible de no ser porque fuimos a parar al lugar equivocado?
SENSO / 7
Estábamos exhaustos. Tras varias semanas transitando por diferentes pueblos decidimos quedarnos en aquél, una pequeña y aislada aldea oculta en las montañas de la que nunca habíamos oído hablar. Apenas tenía una centena de habitantes: tres o cuatro niños horribles y muchos viejitos que pasaban la mayor parte del tiempo tomando el sol sentados en las puertas de sus deterioradas casas o en los bancos de la plaza mayor. Agotados, decidimos no seguir más.
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